lunes, 14 de marzo de 2016

VALOR PARA VIVIR


“…No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú… A mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti y naciones por tu vida” (Isaías 43: 1-4)

Cuánto amor y profunda estima encierran estas palabras, dirigidas por nuestro Padre celestial a cada uno de sus hijos:
“No temas” El temor es uno de los azotes más grandes del hombre, que le bloquea, le paraliza
y le impide avanzar hacia los extraordinarios propósitos que Dios ha trazado para su vida.
Sin embargo, Él nos dice: “Yo estoy contigo”. Es entonces cuando comprendemos que la solución que Dios da frente al temor es su presencia. Ella sola nos basta para vencer el miedo y levantarnos a actuar, a proseguir sin desmayar. Ahora bien, es la oración que el hombre dirige
a su Creador y Padre, la mejor manera para experimentar su presencia y ser fortalecidos, pues la respuesta no se hace esperar, como lo asegura el profeta cuando escribe: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera ; porque en ti ha confiado” (Isaías
26:3).
“Yo te redimí” Otro de los conflictos que agobian a los seres humanos es la culpa, la cual aparece cuando la conciencia nos acusa por los actos incorrectos que hemos cometido. Sin embargo, la gracia, el amor y el perdón de Dios son suficientes para limpiarnos de todo error, transformando nuestro corazón, liberándonos del egoísmo que nos lleva a pecar, y por tanto, reemplazando la culpa por una hermosa experiencia de genuino arrepentimiento y profunda gratitud. Esto sucedió con la mujer adúltera cuando el Señor pronunció estas palabras, que también a nosotros nos dirige hoy: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11)
“Te puse nombre” Cada uno de nosotros es especial para Dios y es el objeto de su amor. Por eso se toma el trabajo de trazar un plan único y particular, de excelencia y amor, para cada uno.
“Mío eres tú” ¡Le pertenecemos a Dios! ¡Somos su más preciosa posesión!
“Yo estaré contigo” Es inevitable para el ser humano, por más fuerte, grande o poderoso que parezca, sentirse vulnerable o impotente en muchas circunstancias de la vida. Sin embargo, en

Dios, nuestra debilidad se convierte en fortaleza, nuestros imposibles se hacen posibles por su poder. 

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