Es cierto que el ser humano tiene el corazón endurecido, cegado por el
pecado y se ha alejado de Dios y como consecuencia el sufrimiento es una de las
características de nuestro mundo. Nada de eso es una novedad, pero ¿Nos conformaremos
sólo con ver o reclamarle a Dios?
Hay una fábula árabe que cuenta que un día un hombre paseaba por el
bosque cuando se encontró con un zorro herido. El pobre animalito se había roto
las cuatro patas mientras intentaba huir de un cazador y estaba tal malherido
que ni siquiera podía moverse para encontrar comida.
El hombre sintió lástima por el animal y decidió acercarse a él. Pero
mientras lo hacía vio un gigantesco oso que se asomaba entre los árboles,
arrastrando los despojos del animal que acaba de devorar. El oso pareció no
estar interesado el zorro y de hecho, dejó caer los restos y se dio media
vuelta en busca de otro animal que llevarse a la boca. Los desperdicios cayeron
junto al zorro, que se lanzó sobre la poca carne que quedaba con enorme
ansiedad.
Al día siguiente, el hombre volvió al bosque. Una vez más, el oso había
dejado un apetitoso bocado cerca de donde estaba el hambriento zorro y éste,
nuevamente se había abalanzado sobre la comida. El tercer día, al volver al
bosque, la escena era la misma.
El hombre reflexionó detenidamente sobre lo que había visto.
-Si Dios se preocupa tanto por el zorro - se dijo a sí mismo-, ¿cuánto
más se preocupará por mí? Mi fe no es lo suficientemente fuerte, debo aprender
a confiar en Dios con la misma intensidad que el zorro.
Acto seguido, el hombre se arrodilló en el bosque y, con la mirada
puesta en el cielo, exclamó:
-Señor, el zorro me ha demostrado lo que es tener fe en ti. A partir de
este momento me entrego a ti en cuerpo y alma. Confío en que cuides como el oso
asiste al zorro.
Dicho esto, el hombre se tumbó en el suelo a la espera de que Dios se
ocupara de él. Transcurrió un día y no sucedió nada. El hombre empezó a tener
hambre. Pasó otro día y seguía sin ocurrir nada. El hombre empezó a
inquietarse. El tercer día, cuando aún no había ni rastro de Dios, el hombre se
enfadó.
- Señor, quieres a ese zorro más que a mí. ¿Por qué no te preocupas de
mí con lo mucho que yo confío en ti? ¿Por qué no me alimentas?.
Por fin, el hambre obligó al hombre a volver al pueblo. En una de las
calles del pueblo, se topó con un niño hambriento. No pudo contenerse y le
manifestó a Dios su ira:
-¿Por qué no haces nada para ayudar a este pobre niño?.
- Ya lo he hecho, respondió Dios. Te he creado a ti. Pero has decidido
seguir el ejemplo del zorro y no el del altruista oso.
Nosotros somos los responsables de cambiar nuestro entorno. Conocemos la
verdad, somos libres, Dios nos ha provisto de habilidades, talentosos, dones y
nos dará la fortaleza para hacer algo por los demás.
Si bien es cierto que Dios siempre provee y de formas milagrosas, como
sucedió con Elías que fue alimentado por cuervos, en el caso de la fábula, un
oso alimentaba al zorro herido, nosotros somos sus representantes en la tierra,
debemos ser sal y luz para las personas, no podemos conformarnos con
compadecernos del sufrimiento de la gente.
Es verdad que es una tarea difícil pero si no empezamos por nuestra
casa, nuestro entorno, entonces será imposible. No necesitas decir nada, con tu
testimonio, mostrando el amor de Cristo en tu vida puedes transformar a
alguien.
Ya hay mucha gente culpando y reclamando a Dios por los males que
aquejan a la humanidad, es hora de mostrar que el amor de Cristo cambia vidas y
transforma realidades y que nunca se ha olvidado de nosotros.
Dios se ocupará de tus necesidades, tú ocúpate de mostrar el amor de
Dios a otros.
“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los
necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más
bienaventurado es dar que recibir”. Hechos 20:35
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