Señor Jesús, que bueno es contar con
tu presencia y con tu gracia que abarca más de lo que nosotros podamos
necesitar. Tú nos has presentado al Dios todopoderoso, no como una omnipotencia
lejana, sino como un Padre cercano, un Padre bueno que nos ama y nos perdona
todo. Miro atrás y me doy cuenta de cuánto he ofendido a este amado Padre con
todas mis faltas, con mi rebeldía y mi soberbia. Me alejo de Él cuando miento,
soy deshonesto o cuando no cumplo con ese mandato de amor de encontrarme con su
Hijo en la Eucaristía. Mi Señor, no merezco tanta bondad de tu parte, siento
que abuso de tu extrema generosidad. Pero Tú, piensas diferente de nosotros. No
he siquiera ido a pedirte perdón cuando ya vienes en mi rescate a abrazarme, a
consolarme, a mostrarme todo el afecto que habías estado acumulando en mi
ausencia. Me perdonas todo, ni siquiera permites expresarme porque ya Tú
conoces las intenciones del corazón. Con razón la Santísima Virgen María,
proclamó en su canto de alabanza que tu misericordia se extiende de generación
en generación. Oh amado Padre, quiero vivir una profunda Conversión, esa que se
enfoca desde tu visión perdonadora. Quiero ser capaz de entender tu amor y
perdonar a aquel que me ha ofendido, olvidándome de sus faltas en un abrazo
fraterno. Limpia mi corazón del rencor y de la autosuficiencia y a cambio
llénalo de tu amor. Amén
Salmos 16:11
11 Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay
plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.
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