“Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su
mujer y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno.
Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Marcos 10:7-9)
He aquí el origen sagrado de la familia. Es la más maravillosa idea
para la felicidad del ser humano: ¡Crear un espacio donde los seres humanos
lograran apoyarse y ayudarse incondicionalmente, donde pudieran reproducir el
amor Dios y tener la oportunidad de crecer y desarrollarse juntos de forma
integral, de tal manera que pudieran representar una enorme bendición a su
entorno y sociedad! Con el permiso divino un hombre y una mujer forman un
hogar, al que Dios ha determinado su estructura interna, al que le ha designado
su propósito y su meta, y como si fuera poco, al que le imparte su bendición
para que permanezca y prospere. Podemos decir entonces, que la familia le
pertenece a Dios.
Queda claro que el Autor y Dueño de la familia es Dios, y por tanto, es
con el primero que hay que contar cuando vamos a establecer un hogar, y
también, paso a paso, en el diario caminar de la vida familiar. Al respecto,
hay una afirmación en la Palabra de Dios, que dice: “Si el Señor no edifica
la casa, en vano trabajan los que la construyen” (Salmo 127:1). Todo esfuerzo
que hagamos por conservar, unir o fortalecer la familia, será en vano si no
contamos con Dios. Será imposible que un matrimonio sea verdaderamente feliz,
independiente de Dios, pues los seres humanos no tenemos la capacidad de
proveer al hogar todo aquello que necesita para su edificación, como es: amor
incondicional y verdadero, paz independiente de las circunstancias, entrega y
compromiso que brinde a nuestro cónyuge e hijos, seguridad, armonía y
felicidad.
De ahí, que consideremos que si la familia es de Dios, también hemos
de mirar con bastante cuidado lo que Él nos ha dicho acerca de ella, con la
seguridad que nos brinda el consejo más sabio y acertado. Siendo su Creador,
Dios conoce las cosas pertinentes a ella, y por consiguiente quien nos puede
ofrecer la más precisa orientación. Eso es precisamente lo que Dios nos ha
dejado en el supremo, único y excelente Manual de Instrucciones para la vida
de éxito, que es la Biblia, ¿por qué no lo usamos para lograr la verdadera
realización en el matrimonio y la construcción de un hogar feliz? Se hace
urgente que todas las familias de hoy se guíen por los principios divinos,
pero si comenzamos por nosotros mismos, haciendo que en nuestros hogares se
pongan en práctica los principios divinos, estaremos haciendo nuestro mejor
aporte a la restauración de la sociedad.
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