martes, 8 de marzo de 2016
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UN NUTRITIVO ALIMENTO
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6)
Hambre y sed se refieren a una urgente necesidad vital para el ser humano, una sensación fisiológica de angustia que pone en acción a la persona para la búsqueda del imprescindible alimento. Así mismo sucede con la dimensión espiritual que Dios nos ha dado. Tiene constantes demandas de alimento que la nutran y la sustenten. Ese alimento, como claramente lo expresa el apóstol Pedro, es la palabra de Dios: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2) Ahora bien, la palabra de Dios es la más sublime expresión de la justicia, por cuanto proviene del que es el Rey Justo. Veamos lo que nos enseña el rey David: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos” (Salmo 19:7-9). El que con vehemencia clama a Dios, reconociendo su grandeza y su poder para obrar en nuestra vida, y le pide sabiduría y entendimiento para entender su Palabra, fe para guardarla en el corazón, y templanza y dominio propio para ponerla por obra, con toda certeza el Padre Celestial le responde con generosidad. Dios está interesado en que le conozcamos y ofrece comunicarnos su verdad, y al orar pidiendo conforme a su voluntad, Él nos revela abundancia de paz y de verdad. Además, el mundo necesita de hombres y mujeres cuya vida, pensamientos, acciones y decisiones, no se rijan por sus variables emociones o su relativo código de justicia, o sus torcidos valores y juicios, sino por la perfecta y limpia palabra de Dios. De esa manera es que como padres, esposos, hijos o hermanos, jefes o empleados, ejercemos el mayor bien a nuestros semejantes, nos convertimos en Agentes de Cambio y contribuimos a traer el reino de los cielos a esta tierra, siendo irreprensibles y sencillos, “hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida...” (Filipenses 2:15-16).
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