“Somos como un espejo que refleja la grandeza del Señor, quien cambia
nuestra vida. Gracias a la acción del Espíritu Santo en nosotros, cada vez nos
parecemos más a él” 2 Corintios 3:18
Desde el día que invitamos a Cristo comenzó un plan de transformación en
nuestra vida, cuyo propósito es llegar a ser como Cristo (Efesios 4:13). La
vida del hijo de Dios se desarrolla en una gloria creciente, es decir de
victoria en victoria, por eso es que el Señor quiere llevarnos a desafíos más
grandes. Pero para esto ha de encontrarnos siempre dispuestos.
Muchas de las cosas que llegan a nuestra vida, que pueden incomodarnos y
molestarnos, no deberían angustiarnos ni afligirnos, pues por lo general son el
método de Dios para que crezcamos en el camino de la perfección. Dios está más
interesado en la formación de nuestro carácter lo cual incluye nuestra manera
de vivir, de conducirnos en la vida, el testimonio que estamos dando, etc., que
en quitar aquella situación irritante. Al estilo de las águilas, usará muchas
situaciones que nos incomodarán en el “nido”, hasta que finalmente nos
atrevamos a elevarnos, extendamos nuestras alas y nos demos cuenta que podemos
volar muy alto como hijos de rey, y no que pasemos la vida con la cabeza
agachada sobre la tierra.
Así como nunca nos atrevemos a pensar que la madre águila desea el mal
para sus aguiluchos, sino por el contrario, admiramos su sabiduría para
enseñarlos a volar, así debemos reconocer que el tratamiento de Dios es
amoroso, buscando que cada vez tengamos más excelencia en lo que somos, en lo
que hacemos y en lo que tenemos, hasta que reflejemos la misma imagen de su
Hijo amado, hasta que lleguemos a ser como Él.
Pero ¿cómo ocurre este proceso? A través de su Espíritu Santo, quien
vino a glorificar a Cristo y a darnos una vida abundante. Él tiene una obra
específica qué hacer en nuestra vida y a través de nosotros, que dará como
resultado la misma vida de Cristo en mí. Es decir, todo su amor, su paz, su
poder, su gracia, en mí, y a través de mí. Esto se conoce como la plenitud de
la unción del Espíritu Santo. No significa recibir más de él, sino entregarle
más de nosotros. Al rendirle absolutamente todo nuestro ser en una obediencia
perfecta a su voluntad, Él tiene mayor libertad en obrar en y a través de
nuestra vida, con el fin de exaltar y glorificar a Cristo.
Muchos me comunican sus inquietudes acerca de lo difícil que les parece
vivir de acuerdo a este maravilloso plan: ser como Cristo. Yo les digo que no
es imposible si momento a momento, segundo a segundo, nos aseguramos de no ser
nosotros los que dirigimos nuestra vida sino Él. No podemos tener el control de
todas las cosas ni asegurar nuestro bien actuar en el futuro. Lo que sí podemos
asegurar es que cada paso de nuestra vida lo demos tomados de la mano de Jesús
y en obediencia a su voluntad. Le invito a que lleguemos cada día en oración al
taller de nuestro alfarero, allí la vasija de nuestra vida recibirá el
tratamiento que necesita.
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