“Y dijo Dios
a Salomón: Por cuanto hubo esto en tu corazón, y no pediste riquezas, bienes o
gloria, ni la vida de los que te quieren mal, ni pediste muchos días, sino que
has pedido para ti sabiduría y ciencia para gobernar a mi pueblo, sobre el cual
te he puesto por rey, sabiduría y ciencia te son dadas; y también te daré
riquezas, bienes y gloria, como nunca tuvieron los reyes que han sido antes de
ti, ni tendrán los que vengan después de ti.” (2 Crónicas 1: 11-12)
Salomón tuvo
una extraordinaria oportunidad para pedir todo lo que una persona desea:
riquezas, honra, salud, poder, etc. Dios le estaba ofreciendo lo que él
quisiera, pero tal como había sido instruido por su padre David, Salomón
prefirió ser sabio e inteligente, a ser rico y poderoso. Es muy interesante
saber que la sabiduría le llevó a ser famoso, próspero y muy rico. Pero, qué
notable diferencia hay entre la oración de Salomón y la de muchos hombres y
mujeres que buscan desesperadamente el éxito y la fama, sin importar el método
que tengan que utilizar para lograrlo.
En el
transcurso de mi vida y de mi ministerio, he conocido muchos casos de personas
que han sacrificado familia, amigos, salud, bienestar, etc., con tal de
alcanzar objetivos que, casi siempre, son sólo materiales y pasajeros. Lo que
la gran mayoría no comprende es que hay dos maneras de lograr las cosas: Como
resultado de nuestro esfuerzo propio o como fruto de la bendición de Dios sobre
nuestra vida. En el primer caso, los resultados del hombre se caracterizan
porque son escasos, dificultosos, transitorios y muchas veces, el precio que
hay que pagar por ellos es la angustia, la ansiedad y el estrés. Mientras que
los frutos que Dios nos permite obtener, son todo lo contrario: Generosos,
abundantes, seguros y permanentes. Además, nos dejan siempre profundas
satisfacciones. El Señor Jesucristo lo reitera con las siguientes palabras: “Yo
soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste
lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5)
Ahora bien,
el relato bíblico nos enseña que Salomón pedía sabiduría en razón a que Dios le
había delegado dirigir una nación, porque sabía la enorme responsabilidad que esto
implicaba y a cuánta gente afectarían sus acciones y decisiones. Hoy podemos
decir que al igual que a Salomón, Dios nos ha entregado un pueblo, unos hijos,
una familia, un trabajo por los cuales orar fervientemente pidiendo lo único
posible para serles de gran bendición: sabiduría. Le invito a meditar en la
labor que Dios le ha delegado. Si lo ha hecho a su manera, reconozca sus
errores y pida perdón. Esté dispuesto a seguir el ejemplo que nos dejó el rey
más sabio y famoso que ha existido y existirá.
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