“La casa de los impíos será asolada;
pero florecerá la tienda de los rectos” (Proverbios 14:11)
Son muchos los caminos que buscan la
mayoría de las personas para alcanzar la felicidad y la prosperidad en sus
vidas. Sin embargo, la Palabra de Dios nos enseña que el único método para
alcanzar la victoria en todas las áreas, es ajustar nuestra vida a los
parámetros de Dios. He aquí la verdadera rectitud delante de Dios, la
integridad en la que Él desea que vivamos permanentemente, con el único
propósito de bendecirnos y prosperarnos.
Dios ama la rectitud del corazón, y todo aquel que en ella permanece,
asegura para su vida y su familia la bendición divina. Ahora bien, no es
imposible mantenerse íntegros todo el tiempo delante de Dios.
Sólo hay que entregar momento a
momento el control de nuestra vida al Espíritu Santo, experimentar su plenitud
ocupando todo nuestro ser, su llenura supliendo toda escasez y faltante en
nuestra vida, iluminando cada rincón de nuestra alma que aún se encuentra en
oscuridad y trayendo orden en medio del caos en que aún se encuentran muchos
aspectos de nuestra vida.
Esta entrega es momento a momento,
rindiéndonos por completo para hacer la voluntad de Dios que asegura en cada
uno de nosotros, la experiencia de la vida de Cristo. Ya no somos nosotros,
sino Cristo actuando, amando, perdonando, sanando, teniendo compasión; y como
consecuencia, recibiendo todo el respaldo incondicional del Padre: Todo el amor
y el poder del Padre a su disposición, tal como lo expresa en esta maravillosa
declaración: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el
Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29).
Según todo lo anterior, podemos decir
a ciencia cierta, que la prosperidad para nuestra vida y nuestra familia, el
florecimiento y fructificación de nuestra casa, dependerá única y
exclusivamente de cada uno de nosotros; de la decisión que cada uno tome de
amar a Dios y obedecer su Palabra, de ser lleno del Espíritu Santo para
lograrlo.
Permitamos que esta solemne
aseveración hecha por Dios mismo, nos permita tomar una decisión radical de
cambio, entrega y compromiso para Él: “…os he puesto delante la vida y la
muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y
tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a
él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días” (Deuteronomio
30:19-20)
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